Carta de un hijo a todos los padres del mundo (anónimo)
Desde aquí queremos hacernos eco de un texto que desde hace tiempo circula en educación como mensaje hacia los educadores, los adultos y en concreto hacia los padres. Se trata de un texto lleno de contenido en valores y de mucha filosofía. Se ha convertido, podríamos decir en un emblema o himno al respeto de las personas y más concretamente, de los niños.
Es un texto anónimo que seguro lo han leído alguna vez, que no ha pasado desapercibido para los padres, pero que por un motivo u otro, no nos hemos hecho con él. Realmente merece la pena guardarlo, reflexionar ayudados de su contenido. Llega a ser, podríamos afirmar, los mandamientos del padre.
En nuestra página no queremos que falte este texto y aprovechamos para ofrecerlo con la seguridad que su lectura motivará un momento de reflexión, de diálogo y, lo que es más importante, de cambio de actitudes en el comportamiento hacia los hijos. Estamos seguros que les gustará.
«CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO»
No me grites
Te respeto menos cuando lo haces. Y me enseñas a gritar a mí también y yo no quiero hacerlo.
Trátame con amabilidad y cordialidad igual que a tus amigos
Que seamos familia, no significa que no podamos ser amigos.
Si hago algo malo, no me preguntes por qué lo hice. A veces, ni yo mismo lo sé.
No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por ti (aunque sea para sacarte de un apuro). Haces que pierda la fe en lo que dices y me siento mal.
Cuando te equivoques en algo, admítelo. Mejorará mi opinión de ti y me enseñarás a admitir también mis errores.
No me compares con nadie, especialmente con mis hermanos. Si me haces parecer mejor que los demás, alguien va a sufrir (y si me haces parecer peor, seré yo quién sufra).
Déjame valerme por mí mismo. Si tú lo haces todo por mí, yo no podré aprender.
No me des siempre órdenes. Si en vez de ordenarme hacer algo, me lo pidieras, lo haría más rápido y más a gusto.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa posición.
Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo, pero también si es un castigo.
Trata de comprenderme y ayudarme. Cuando te cuente un problema no me digas: «eso no tiene importancia…» porque para mí sí la tiene.
No me digas que haga algo que tú no haces. Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no me lo digas. Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
No me des todo lo que te pido. A veces, sólo pido para ver cuánto puedo recibir.
Quiéreme y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo.
Lorena Soler Fernández
Psicóloga
Nº Col AO-08356